26 de noviembre de 2012

Terminología y otros papeles en desorden


Ya me comienzan a pesar las palabras. El qué cómo y por qué eso y no lo otro, todo eso que es hablar y tratar de decir y que no haya correspondencia entre la palabrería inexperta y un abrazo que no es. Todo lo parecido a un cerrojo en el pecho y retraída de estómago que tampoco lo es pero se siente. No sé si me hago entender, y debe ser que para todo eso que uno piensa que no es más que pérdida de razón no hay palabras, y los sueños, las metáforas, hasta el parafraseo mismo se quedan cortos. Ya ni la cabeza emite letra ni concordancia siquiera con lo que una lengua puede pronunciar, y el índice del abecedario neuronal tampoco sirve, y el aprehendizaje de varios años ya no es más que aserrín entre los dientes. Te juro que yo te hablaría de un abrazo si se podría, y te lo relataría, si fuese necesario, y te contaría todo esto que se mezcla en el esófago al mirarte y saber de que nada sirve sentirlo si no para hacer un poco de poesía nostálgica en la noche, la forma en que se mezclan los cocodrilos y las lágrimas en la almohada, y cómo desearía que cada nube sea una palabra que te entre por los ojos, así vos puedas leer todo lo que me es recurrente en la cabeza. Y así me encuentro escribiendo todo esto, llena de certezas de que al fin y al cabo no estoy escribiendo nada, que cada polisílabo no es ni una minúscula parte de lo que quiero que traspasen tus orejas y por eso tal vez me encuentro triste, si es que esa palabra sirve o significa algo, o es lo mismo que diga alfombra o cascarudo. Tal vez así me hago entender, apartada de lo que indican tantos años de estudio etimológico, dado que en este momento me importan menos de lo que le pueden importar a una vaca, y entonces (si de intentar se trata) me siento como un diente de león ya soplado, mezcla de esponja vieja y botella rota en una esquina, y aunque lo intente no hago más que romper jarrones y jalarle los pelos al gato, y me pongo como vidrio polarizado en el momento en que la pieza es como una pecera enorme y ni el bondi ni vos aparecen nunca, y de tanto empeñarme la cabeza ya no hay ni colilla ni cigarro, y todo es una esfera de humo que no se disipa, más parecido a un té de boldo que a un zorrino con hambre, como estando a la espera de una cubetera de hielo en el freezer o un pase gol en el minuto adicional (te juro que lo intento, pero no me sale de otra forma) y todo es tan flor marchita, que las tizas se me rompen a la mitad y las zapatillas me ampollan un dedo, justo cuando todo estaba embarrado y se hacía de noche y primavera y corrían los caballos, así de mucho te quiero, y se me empapelan las plantas del jardín con las estrellas del colchón al decirlo, y se queman las pancartas con los aviones de papel, todo eso sumado a que parece que no estoy ni cerca de escalar un triciclo y me sobran los pies para correr hasta tu puerta y tocar el timbre y decirte todo esto, donde me miraras como papel barrilete, y yo estaré esperando del otro lado de la ventana, mitad parapente mitad murciélago, haciendo cola para que lo comprendas.


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