Ya me comienzan a pesar las palabras. El qué cómo y por qué
eso y no lo otro, todo eso que es hablar y tratar de decir y que no haya
correspondencia entre la palabrería inexperta y un abrazo que no es. Todo lo
parecido a un cerrojo en el pecho y retraída de estómago que tampoco lo es pero
se siente. No sé si me hago entender, y debe ser que para todo eso que uno
piensa que no es más que pérdida de razón no hay palabras, y los sueños, las
metáforas, hasta el parafraseo mismo se quedan cortos. Ya ni la cabeza emite
letra ni concordancia siquiera con lo que una lengua puede pronunciar, y el índice
del abecedario neuronal tampoco sirve, y el aprehendizaje de varios años ya no
es más que aserrín entre los dientes. Te juro que yo te hablaría de un abrazo
si se podría, y te lo relataría, si fuese necesario, y te contaría todo esto
que se mezcla en el esófago al mirarte y saber de que nada sirve sentirlo si no
para hacer un poco de poesía nostálgica en la noche, la forma en que se mezclan
los cocodrilos y las lágrimas en la almohada, y cómo desearía que cada nube sea
una palabra que te entre por los ojos, así vos puedas leer todo lo que me es
recurrente en la cabeza. Y así me encuentro escribiendo todo esto, llena de
certezas de que al fin y al cabo no estoy escribiendo nada, que cada polisílabo
no es ni una minúscula parte de lo que quiero que traspasen tus orejas y por eso
tal vez me encuentro triste, si es que esa palabra sirve o significa algo, o es
lo mismo que diga alfombra o cascarudo. Tal vez así me hago entender, apartada
de lo que indican tantos años de estudio etimológico, dado que en este momento
me importan menos de lo que le pueden importar a una vaca, y entonces (si de
intentar se trata) me siento como un diente de león ya soplado, mezcla de
esponja vieja y botella rota en una esquina, y aunque lo intente no hago más
que romper jarrones y jalarle los pelos al gato, y me pongo como vidrio
polarizado en el momento en que la pieza es como una pecera enorme y ni el
bondi ni vos aparecen nunca, y de tanto empeñarme la cabeza ya no hay ni
colilla ni cigarro, y todo es una esfera de humo que no se disipa, más parecido
a un té de boldo que a un zorrino con hambre, como estando a la espera de una cubetera
de hielo en el freezer o un pase gol en el minuto adicional (te juro que lo
intento, pero no me sale de otra forma) y todo es tan flor marchita, que las
tizas se me rompen a la mitad y las zapatillas me ampollan un dedo, justo cuando
todo estaba embarrado y se hacía de noche y primavera y corrían los caballos, así
de mucho te quiero, y se me empapelan las plantas del jardín con las estrellas
del colchón al decirlo, y se queman las pancartas con los aviones de papel,
todo eso sumado a que parece que no estoy ni cerca de escalar un triciclo y me
sobran los pies para correr hasta tu puerta y tocar el timbre y decirte todo
esto, donde me miraras como papel barrilete, y yo estaré esperando del otro
lado de la ventana, mitad parapente mitad murciélago, haciendo cola para que lo
comprendas.
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