Será que todavía no sé para qué carajo estamos acá, que me
la paso pensando, y ando con el miedo constante de que en cualquier momento
alguien me haga llegar un escupitajo en el medio de la frente. No sé ni cómo ni
quién lo haría, pero estoy segura de que tendría sus motivos. Y éstos,
descansarían tanto en mí como en esa otra persona, la mezcla de interioridades
que se parecen más a un conventillo que a algo relacionado al positivismo freudiano, pero que al fin y al
cabo guardan algunas coincidencias con esto, ya que los motivos de seguro
estarán repartidos a lo largo del inconsciente, en una nebulosa que todavía no
pasó por nuestros ojos. Es así como, siguiendo una teoría hasta el momento casi
desconocida, para los estudiosos como yo los mocos se convierten en rencor, las
lagañas en deseos frutados y la baba que se cae al dormir es una de las tantas
formas de querer liberar lo que se siente y/o piensa (entre demás acciones que
quedan por analizar). El cuerpo es sabio, me dijeron alguna vez, y yo me digo a
mí misma que más que sabio es medio hijo de pú, ya que tantas cosas se pueden
esconder acá y vos no ni te das cuenta, algo así. Como cuando hay una lata en
la alacena que vos no la ves y está ahí, y para vos no está, entonces en vez de
comer lo que habías pensado, terminás comiendo arroz solo (porque de seguro
tampoco había galletitas o pan) ya que
la latita de atún no la viste, y al otro día la culpas de todos tus
males y de haber comido algo desabrido y etcétera, etcétera, lo que te hace
desear aún más comer el arroz con el atuncito pero no te animás a decirlo, ajá
claro, y te vas a lavar los dientes, y entre el cepillo y la pasta dental que
pica más y más, y no es en vano, claro que no, las papilas gustativas saben y
el cuerpo aún más. Entonces, lo que yo digo es así: si habrías encontrado la
latita de atún cuando estaba a medio hacer el arroz, y en su efecto la habrías
abierto y sacado el agüita y ponerla con el arroz cuando esté listo y lo
habrías comido, pues claro, al otro día no tendrías motivos porque quejarte por
lo cual la pasta de dientes no te resultaría tan fuerte, y de seguro te habrías
despertado sin rastros de baba en la mejilla izquierda y con una uña del pie
menos larga que la del otro. Yo acepto que son pocas las personas que se
percatan de este tipo de cosas. No tan sólo hay que tener buena memoria,
analizarse de manera autónoma en todo tiempo libre, si no también hay que tener
paciencia, ya que no es fácil y menos inmediato, el determinar porqué hoy la
baba está más espesa o le diste menos importancia a tu dedo meñique en relación
a otros días, etcétera, entre otros tópicos naturales que hoy por hoy no tienen
respuesta.
Es por eso que plantee lo del escupitajo desde un comienzo y
la importancia del auto-análisis, ya que como consecuencia de ignorarlo, uno
nunca sabrá porqué una mano le pesa más que la otra al levantarse o cuando el
cabello se le enredará un poco más, o porque dejará que el jabón se caiga en la
ducha más de una vez, lo que implica que no sabrá leer los indicios que su
cuerpo le arroja, que le salen por los poros literalmente (aunque no hablé en
ningún momento de transpiración, hay un análisis sobre ello), entonces de esta
manera, siento que estoy amenazada constantemente, por el hecho de que las
personas no saben leer sus propios labios. El cuerpo es sabio e hijo de pú,
pero la mente también es media boba, me permito resumir. Por lo que: además de
estar escondiéndome de mí misma (tarea
homeostática que realizan los cuerpos diariamente), en este momento me
encuentro escondiéndome de los demás, como para variar (y con esto me permito
volver al tema del escupitajo por última vez), ya que no querría leer en carne
propia lo que puede llegar a decir la saliva de un otro sobre mí. Al menos que...
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