29 de noviembre de 2012

VI



Me parece que estamos en primavera:
las flores nos llueven,
se nos caen las manos de tanto tocarnos,
besarnos con cada dedo, con la palma como lengua;
saltando los balcones, amparándonos en la crudeza de la noche,
despiertos en la guirnalda que se desprende del amanecer.
Me parece que somos la primavera,
aunque no nos den los tiempos,
y hoy nos encontremos como dos manzanas
tirados en el suelo,
confundiendo nuestros cuerpos con las manchas de la luna.

V


Mi noche está tan llena de soledades
que mis pies rozan la alfombra
y las escucho quejarse a lo lejos.
Como si no se conformaran con el silencio promiscuo
y el frío que corrompe las cortinas.
Les prendería fuego, si mi disciplina me lo permitiera,
o por lo menos las olvidaría por un rato
si el mismo olvido me lo recordara,
o les daría la libertad de irse volando
si no fuese
porque ya me acostumbré a todo esto
a las quejas, al silencio, al frío
a la certeza de que la distancia no es cuestión de tiempo.

La lluvia y sus complejidades

No sé si será porque hoy la lluvia no cesó en toda la noche o porque no tengo ganas de cumplir con las normativas que me impone la vida misma, que comienzo a plantearme la complejidad de este fenómeno. Debe ser por las gotas que suenan despacio y musicalizan el fondo de la sala, como si no tendríamos tantas cosas para hacer más que desconcertarnos con ellas. Las nubes también tienen ganas de llorar, parece, y nos contagian su nostalgia al mirar por la ventana, y llenan con melancolía los charcos en la vereda. ¡Como si no tendríamos tantas cosas para hacer! Nos detenemos a mirarlas, caminamos sin cuidado bajo ellas, nos dejamos empapar sin problemas, como si nos bajaran la guardia con un sólo chapuzón, y nos llenan de ganas de volver a ser niños y cumplir el deber del día, que no es otra cosa que abrir la puerta y salir a embarrarse, para luego entrar a tomar la chocolatada (actividad que recuerdo cansadora, por cierto), observando el reloj sin reparo alguno. Debe ser que la lluvia despierta algo dentro nuestro que siempre olvidamos (u obviamos o relegamos o apartamos y demás -amos), como si de repente nos cayera al frente nuestro aquel recuerdo, ese fragmento de la memoria que ni hasta en los días más grises (a excepción de algunos, los malditos innegables de terciopelo) se animan a aparecer, y caemos como gotas al piso, más tristes más empapados. Y nos llenamos la vereda con verdades kamikazes, rellenamos los pozos con lágrimas y buscamos un paraguas en cualquier brazo, un refugio pasajero al menos, para esperar el próximo colectivo. Es así: uno con tantas cosas para hacer siente que llega tarde y desarreglado a todos lados, porque los taxis no pasan y el cigarro se te empapa a la primera pitada, y encima se corta la luz, y entonces entran en juego las antiguas despedidas, los retazos de caricias, los fotos viejas ya amarillas, el primer tango o blues que se te cruza, lo que sea necesario para alimentar las tristezas, y sin saberlo y/o pretenderlo, uno termina camuflado entre las nubes escurriendo lamentos, viejos amores, despidiendo familiares, añorando y asumiendo, entre muchas disyuntivas que arrollan el placer, y las quejas vuelven a empezar, que la humedad, que los autos que salpican, etcétera. Ahora comprendo porque a mucha gente le disgusta la lluvia, y es que a nadie le gusta toparse frente a frente con un relámpago que le despierte todas sus tristezas.

27 de noviembre de 2012

Archivo


"Te miro para no sentirme tan sola en esta conversación con el espejo que estoy llevando, para no dejarme caer, para no encontrarme llorando cuando mira hacia la ventana. Esto de sobrellevar la vida es cada vez más difícil, y vos te pones al frente mío, para que te de un beso, un abrazo y ese “pero no seas así” que ya no puedo llevarlo conmigo aunque a ti, a tu melena de león, tus ojos cáscara de naranja y aroma de vainilla, a ti te quiero llevar siempre, de ida y vuelta al sol, para que nos quememos con la sopa en invierno y nos tapemos con la frazada que me trajo mamá del sur.
Te quiero con lo poco que me queda, con las uñas rotas de tanto aferrarme a ti. Te quiero con mis imperfecciones, porque siempre estoy en la espera de algo mejor. Y te quiero sin ropa ni nada, porque te quiero con las ganas de ser en vos y que vos seas en mí, tan imperfectos. Y te quiero, de esta forma, así, sin quererlo. Y te quiero, te quiero tanto, pero mejor lo hagamos mañana, que esto ya no es amor. (is this it?)"


26 de noviembre de 2012

En el pasillo y una canción


Y ante una canción vieja de Young, Only love can break your head, esto:
"Justo antes de la palabra precisa ya estaba todo dicho. La ciudad se enmudeció. Ella ya estaba de vuelta, completa, sólo los ojos tenía rasguñados."

Terminología y otros papeles en desorden


Ya me comienzan a pesar las palabras. El qué cómo y por qué eso y no lo otro, todo eso que es hablar y tratar de decir y que no haya correspondencia entre la palabrería inexperta y un abrazo que no es. Todo lo parecido a un cerrojo en el pecho y retraída de estómago que tampoco lo es pero se siente. No sé si me hago entender, y debe ser que para todo eso que uno piensa que no es más que pérdida de razón no hay palabras, y los sueños, las metáforas, hasta el parafraseo mismo se quedan cortos. Ya ni la cabeza emite letra ni concordancia siquiera con lo que una lengua puede pronunciar, y el índice del abecedario neuronal tampoco sirve, y el aprehendizaje de varios años ya no es más que aserrín entre los dientes. Te juro que yo te hablaría de un abrazo si se podría, y te lo relataría, si fuese necesario, y te contaría todo esto que se mezcla en el esófago al mirarte y saber de que nada sirve sentirlo si no para hacer un poco de poesía nostálgica en la noche, la forma en que se mezclan los cocodrilos y las lágrimas en la almohada, y cómo desearía que cada nube sea una palabra que te entre por los ojos, así vos puedas leer todo lo que me es recurrente en la cabeza. Y así me encuentro escribiendo todo esto, llena de certezas de que al fin y al cabo no estoy escribiendo nada, que cada polisílabo no es ni una minúscula parte de lo que quiero que traspasen tus orejas y por eso tal vez me encuentro triste, si es que esa palabra sirve o significa algo, o es lo mismo que diga alfombra o cascarudo. Tal vez así me hago entender, apartada de lo que indican tantos años de estudio etimológico, dado que en este momento me importan menos de lo que le pueden importar a una vaca, y entonces (si de intentar se trata) me siento como un diente de león ya soplado, mezcla de esponja vieja y botella rota en una esquina, y aunque lo intente no hago más que romper jarrones y jalarle los pelos al gato, y me pongo como vidrio polarizado en el momento en que la pieza es como una pecera enorme y ni el bondi ni vos aparecen nunca, y de tanto empeñarme la cabeza ya no hay ni colilla ni cigarro, y todo es una esfera de humo que no se disipa, más parecido a un té de boldo que a un zorrino con hambre, como estando a la espera de una cubetera de hielo en el freezer o un pase gol en el minuto adicional (te juro que lo intento, pero no me sale de otra forma) y todo es tan flor marchita, que las tizas se me rompen a la mitad y las zapatillas me ampollan un dedo, justo cuando todo estaba embarrado y se hacía de noche y primavera y corrían los caballos, así de mucho te quiero, y se me empapelan las plantas del jardín con las estrellas del colchón al decirlo, y se queman las pancartas con los aviones de papel, todo eso sumado a que parece que no estoy ni cerca de escalar un triciclo y me sobran los pies para correr hasta tu puerta y tocar el timbre y decirte todo esto, donde me miraras como papel barrilete, y yo estaré esperando del otro lado de la ventana, mitad parapente mitad murciélago, haciendo cola para que lo comprendas.


IV


No nos debamos a la resignación.
No dejemos que las luces se apaguen.
El sol hoy ya no brilla, y aunque el júbilo del atardecer todavía no nos decora,
son las nubes, las capas de nostalgias,
las que se posan en la ventana
y alimentan con tristezas las plantas del balcón.
Y yo te juro
(aunque sé que de nada vale y menos a vos
que de tiempo en tiempo la niebla te boicoteó las esperanzas)
que el celofán que nos llueve mañana se va,
espantado por mí o tal vez
por vos
cuando estas conmigo alrededor,
que no es lo mismo que los dos juntos
(y vos ya sabes de la ecuación...)
pero es lo más parecido al ayer
que se refleja en mi ventana. 

23 de noviembre de 2012

III


Sin sospechas, sin tutibeos
sin carcajadas ni relámpagos
tampoco con hora perdida,
sin prisa y sin llanto;
sin calambres, sin espasmos
sin las criaturas de la noche,
sin paraísos,
ni terremotos ni barcos de papel.
Sin caricias, sin paraguas
sin las manos ni los codos
sin palabras sin cantos
sin ataques y escudo
sin planteos ni secuencias
tampoco las fluorescencias ni los desvelos;
sin la noche, sin la luna
Adiós.

20 de noviembre de 2012

Martes 3 a.m


Y cae nuevamente.
La ciudad se vuelve oscura, tan desolada que enternece,
con miles de almas recorriéndola, desnudas, tomadas de las manos.
Se escucha el ladrido de un perro a lo lejos.

Ya la calle se desplomó sobre la noche y la hizo suya,
con la luna como cómplice, asomándose suavemente entre las nubes.
Aparecen los amantes en los bancos de la plaza, robándose caricias;
los árboles descansan y dejan volar sus hojas;
las luces se apagan para dejar brillar a las estrellas;
los charcos se vacían y se vuelven a llenar,
entre los adoquines juegan las cucarachas,
y la fuente de la plaza deja reposar el agua que la recorre.

Ya la noche hizo suya a la ciudad.
Los silencios, las soledades en cada parada de colectivo,
los demonios del insomnio que saludan desde cada ventana,
la sombra inmensa en cada esquina.
Y luego se despegan, antes de que el sol les muestre sus falencias,
y se despiden con un beso que dura un instante.
Y el cielo vuelve a empezar,
con rastros de haber sido amado hace unos minutos, nada más. 

Bio análisis


Será que todavía no sé para qué carajo estamos acá, que me la paso pensando, y ando con el miedo constante de que en cualquier momento alguien me haga llegar un escupitajo en el medio de la frente. No sé ni cómo ni quién lo haría, pero estoy segura de que tendría sus motivos. Y éstos, descansarían tanto en mí como en esa otra persona, la mezcla de interioridades que se parecen más a un conventillo que a algo relacionado al  positivismo freudiano, pero que al fin y al cabo guardan algunas coincidencias con esto, ya que los motivos de seguro estarán repartidos a lo largo del inconsciente, en una nebulosa que todavía no pasó por nuestros ojos. Es así como, siguiendo una teoría hasta el momento casi desconocida, para los estudiosos como yo los mocos se convierten en rencor, las lagañas en deseos frutados y la baba que se cae al dormir es una de las tantas formas de querer liberar lo que se siente y/o piensa (entre demás acciones que quedan por analizar). El cuerpo es sabio, me dijeron alguna vez, y yo me digo a mí misma que más que sabio es medio hijo de pú, ya que tantas cosas se pueden esconder acá y vos no ni te das cuenta, algo así. Como cuando hay una lata en la alacena que vos no la ves y está ahí, y para vos no está, entonces en vez de comer lo que habías pensado, terminás comiendo arroz solo (porque de seguro tampoco había galletitas o pan) ya que  la latita de atún no la viste, y al otro día la culpas de todos tus males y de haber comido algo desabrido y etcétera, etcétera, lo que te hace desear aún más comer el arroz con el atuncito pero no te animás a decirlo, ajá claro, y te vas a lavar los dientes, y entre el cepillo y la pasta dental que pica más y más, y no es en vano, claro que no, las papilas gustativas saben y el cuerpo aún más. Entonces, lo que yo digo es así: si habrías encontrado la latita de atún cuando estaba a medio hacer el arroz, y en su efecto la habrías abierto y sacado el agüita y ponerla con el arroz cuando esté listo y lo habrías comido, pues claro, al otro día no tendrías motivos porque quejarte por lo cual la pasta de dientes no te resultaría tan fuerte, y de seguro te habrías despertado sin rastros de baba en la mejilla izquierda y con una uña del pie menos larga que la del otro. Yo acepto que son pocas las personas que se percatan de este tipo de cosas. No tan sólo hay que tener buena memoria, analizarse de manera autónoma en todo tiempo libre, si no también hay que tener paciencia, ya que no es fácil y menos inmediato, el determinar porqué hoy la baba está más espesa o le diste menos importancia a tu dedo meñique en relación a otros días, etcétera, entre otros tópicos naturales que hoy por hoy no tienen respuesta.
Es por eso que plantee lo del escupitajo desde un comienzo y la importancia del auto-análisis, ya que como consecuencia de ignorarlo, uno nunca sabrá porqué una mano le pesa más que la otra al levantarse o cuando el cabello se le enredará un poco más, o porque dejará que el jabón se caiga en la ducha más de una vez, lo que implica que no sabrá leer los indicios que su cuerpo le arroja, que le salen por los poros literalmente (aunque no hablé en ningún momento de transpiración, hay un análisis sobre ello), entonces de esta manera, siento que estoy amenazada constantemente, por el hecho de que las personas no saben leer sus propios labios. El cuerpo es sabio e hijo de pú, pero la mente también es media boba, me permito resumir. Por lo que: además de estar escondiéndome de mí misma  (tarea homeostática que realizan los cuerpos diariamente), en este momento me encuentro escondiéndome de los demás, como para variar (y con esto me permito volver al tema del escupitajo por última vez), ya que no querría leer en carne propia lo que puede llegar a decir la saliva de un otro sobre mí. Al menos que...

19 de noviembre de 2012

II


No son mis palabras si no gotas.
Un pequeño poema
que yace sobre la mesa
envuelto en un pañuelo.

No es mío este dolor si no tuyo.
El vuelo de un pájaro
dentro de una jaula
queriendo acariciar las nubes.

No está dicho lo que quise decir si no escrito.
La prematura sensación de torpeza interrumpiendo
el momento de tantas cosas bonitas
que tanto bien me hacen.

Y no pido otro día si no un reloj nuevo,
en donde las horas se apiaden de la liviandad del alba,
y susurren a tu oído
todo aquello que se esconde de nosotros. 

16 de noviembre de 2012

I


Quiero soñar con gaviotas,
arrojarme al césped a descansar despacio
y mirar  cómo las nubes vuelven a su lugar de origen.
Que las cosas se escondan de mí,
que las tazas se ensucien por sí solas
y que nada me importe si no estar acá,
a dónde no estoy
pero quiero estar.
Y si de pronto vuelvo a caer
a la fosa intrusa que me contempla,
andate
no dejes que las sombras te empapen el alma.
Que los párpados sólo se te cierren al reír.

13 de noviembre de 2012

Tomo partido por cualquiera menos por mí


No me gusta perder en ningún aspecto de mi vida, por eso es que tengo la leve manía de jugar a que gano todo el tiempo. Claramente, aunque lo que me rodea me señala la pizarra, y las personas, como expectantes y actores, me informan sobre la manera en que yo me deslizo por el campo constantemente, yo hago caso omiso de eso y sigo jugando, siempre con la conciencia ingenua de que en la figura del ganador sólo se puede contemplar mi nombre. Hasta aquí llegué la última vez que jugué. Hace un par de minutos en realidad. Cuando mi conciencia descansaba en el medio del juego (juego que voy ganando por cierto, lo que me da todo el derecho a tirarme a descansar cuando le deseo ya que los tantos en contra o bien no son válidos o bien no existen o tal vez cuentan pero no para dar por perdido el juego) me entró una especie de nerviosismo, mezcla de cansancio y sustancia rara, y caí en la cuenta de que mis poros no derramaban si no lágrimas y que la pelota no era si no mi propia cabeza. La pantalla (que en realidad yo nunca había mirado porque no era necesario que mis ojos se enfoquen en algún lado dado que el juego no se basaba en otra cosa que en mí, por lo que las miradas de los otros debían enfocarse en y no yo en) me indicó aquello que yo había obviado que no era ni más ni menos que el resultado del propio juego, y bajo mi nombre se inscriba un número que yo desconocía, y no porque las matemáticas me dejaron de gustar de chica, si no porque me negaba a reconocer tal número de mala muerte que me venía acompañando de hace rato y yo tan bien lo sabía.
He aquí mi conclusión: si esto es un juego, claramente ya no quiero seguir jugando. Remontar un partido como el que llevo sobre mis espaldas es sumamente difícil, y dado a que mi confianza en mí me estuvo superando todo este tiempo ahora me jugó una revancha que terminó con una patada en las costillas que ni te cuento, por lo que no tan sólo me encuentro sola de esperanzas, si no también de confianza y de mí misma, dado que hasta mi propia sombra me abandonó cuando no me di cuenta, y se escapó con toda la gente que, harta de elevar cánticos por la manera en que se venía jugando, se aburrió (y a buena hora) del espectáculo mediocre.
He aquí el resultado: mi persona encerrada en su propio campo de juego, un campo que creó y recreó por un tiempo que parecía infinito, pero ahora las puertas del reloj se le cerraron, y entra en razón de que es un martes y necesita un mate, y qué andas necesitando vos si cuando yo te necesité ah dónde estabas, y te juro que te comprendo si me llegas a decir eso, expectante espectador de mis desgracias, ya que a este juego entró en un receso dado que mi persona, hoy por hoy, no quiere seguir jugando.
He aquí las consecuencias: el sindicato de mis jugadores han anunciado formalmente hace dos segundos que si no se cambian las reglas del juego no van a seguir participando. Han expresado, mediante un comunicado de prensa a mi cerebro, que “no puede ser” que el árbitro nunca haya cobrado en contra, y piensan levantar una queja por “falta de sinceridad en sí misma” a la Corte Suprema del Yo, y además, buscan que se vuelvan a habilitar los oídos sordos de los jugadores.
Okey. Claramente no me encuentro en condiciones de seguir jugando este juego, que por lo que se rumorea en los vestuarios no es más que la vida misma, y la solución según el técnico momentáneo (algo esperanzador pero no por eso menos pelotudo) es comenzar a patear para atrás y manejar la pelota, algo así como “revisa todo lo que hiciste este último tiempo y bancátela”.
Informaron los interinos que las reglas del juego cambiaron. “Nada de hacerse los pelotudos, esta vez vamos a jugar bien. Y si hay que perder, habrá que dejarse ganar, ahora hay otras cosas en juego, y nada de ponerse violento o largarse a llorar en el medio del partido”, y aunque los jugadores se encontraron medios molestos por las nuevas consignas, se resignaron e inmediatamente levantaron el paro en el que se encontraban desde hace unos minutos.
El segundo tiempo comienza en cualquier momento, afirma el relator. 

12 de noviembre de 2012

Pasado mañana


Me llueven las palabras
ahí donde el hueco que dejaste en el sillón
se hace cada vez más grande.
Son moneda corriente en mi bolsillo
las tristezas acumuladas,
y entre mis dedos se resbalan las horas copiadas al reloj de la pared.
Si súbitamente
me dejo caer
ante tanto libro que llora sus pétalos
y desplomarme en los mates amargos
y poner la cabeza a la altura de una hoja de papel
y sonreírle al espejo - aunque sea sin la esperanza de encontrar una sonrisa de vuelta -
tal vez
me encuentre con una pirámide de casos en la alacena
que sólo me pueden arrastrar hasta la cama
pero tal vez eso
(el ocaso, el quiebre necesario, el bisturí en el medio del pecho)
no sea otra cosa que una salida:
la última lágrima
como quien pide la cuenta al mozo
en el café de la esquina.

La espera


Y salirse de donde queman las sombras.
Abrirse pasos entre las espinas,
arrancar a los ratones que hacen el amor en nuestra lengua,
vomitar la sopa de palabras
sin pensar en el futuro de la alfombra;
dejar que las paredes se destiñan
y que el pico de la canilla sea el único sonido de la sala.
Sentarse en el sillón del living
con una copa en la mano
y llorarla entera
hasta que la luna se apiade
y baje suspirando a compartir la tristeza,
a calibrar la sustancia
de la que están hechos los cuerpos a esa hora de la noche.

7 de noviembre de 2012

Alone together


Mis dolores de cabeza tienen nombre y apellido.
Las cortinas del living se pelearon con mi sombra y se quieren ir por la ventana.
El resfrío que tengo pertenece a la ausencia de un abrazo en la noche de antenoche,
 y mi estómago estremece al sentir un corazón que no es el mío.
Mis pies se enojaron tanto que se ampollan al usar un zapato,
y los mosquitos comenzaron a zumbarme la revancha en el oído.
Las calles no me reconocen y la luna no me saluda,
motivo por el cual el sol se me ríe a carcajadas.
El pelo se me cae al mismo ritmo en que estornudo,
y las uñas me crecen a destiempo y con bordes anaranjados.
Las manos me reclaman algo que no tengo,
y mi pieza guarda un desorden que se corresponde con el de mis intestinos.
Y ante tanto despelote

Yo creo
que de vez en cuando
es de valiente sonreírle al espejo.

6 de noviembre de 2012

Lo mismo


Si no pensas ni sentis ni soñas
ni lloras ni cantas ni anhelas
ni aspiras ni suspiras;
y tampoco te carcomen las palabras, los silencios
y no te sumís en el limbo de fantasía y realidad en la crudeza de la noche
y no te apasionan los grises, las narices frías
y si no queres no podes no buscas
ni tenes la intención, la duda, la quimera
y las paredes no te acorralan, no te desvisten, no te despojan

Quedate tranquilo,
yo igual me quedo acá.