29 de noviembre de 2012

La lluvia y sus complejidades

No sé si será porque hoy la lluvia no cesó en toda la noche o porque no tengo ganas de cumplir con las normativas que me impone la vida misma, que comienzo a plantearme la complejidad de este fenómeno. Debe ser por las gotas que suenan despacio y musicalizan el fondo de la sala, como si no tendríamos tantas cosas para hacer más que desconcertarnos con ellas. Las nubes también tienen ganas de llorar, parece, y nos contagian su nostalgia al mirar por la ventana, y llenan con melancolía los charcos en la vereda. ¡Como si no tendríamos tantas cosas para hacer! Nos detenemos a mirarlas, caminamos sin cuidado bajo ellas, nos dejamos empapar sin problemas, como si nos bajaran la guardia con un sólo chapuzón, y nos llenan de ganas de volver a ser niños y cumplir el deber del día, que no es otra cosa que abrir la puerta y salir a embarrarse, para luego entrar a tomar la chocolatada (actividad que recuerdo cansadora, por cierto), observando el reloj sin reparo alguno. Debe ser que la lluvia despierta algo dentro nuestro que siempre olvidamos (u obviamos o relegamos o apartamos y demás -amos), como si de repente nos cayera al frente nuestro aquel recuerdo, ese fragmento de la memoria que ni hasta en los días más grises (a excepción de algunos, los malditos innegables de terciopelo) se animan a aparecer, y caemos como gotas al piso, más tristes más empapados. Y nos llenamos la vereda con verdades kamikazes, rellenamos los pozos con lágrimas y buscamos un paraguas en cualquier brazo, un refugio pasajero al menos, para esperar el próximo colectivo. Es así: uno con tantas cosas para hacer siente que llega tarde y desarreglado a todos lados, porque los taxis no pasan y el cigarro se te empapa a la primera pitada, y encima se corta la luz, y entonces entran en juego las antiguas despedidas, los retazos de caricias, los fotos viejas ya amarillas, el primer tango o blues que se te cruza, lo que sea necesario para alimentar las tristezas, y sin saberlo y/o pretenderlo, uno termina camuflado entre las nubes escurriendo lamentos, viejos amores, despidiendo familiares, añorando y asumiendo, entre muchas disyuntivas que arrollan el placer, y las quejas vuelven a empezar, que la humedad, que los autos que salpican, etcétera. Ahora comprendo porque a mucha gente le disgusta la lluvia, y es que a nadie le gusta toparse frente a frente con un relámpago que le despierte todas sus tristezas.

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