29 de junio de 2012

Este corazón

Este corazón endurecido, envuelto en enredaderas,
quebrado a palazos, cortado a cuchillo,
quemado con fósforos y cigarrillos,
bañado en sal y escupitajos;
pateado y meado por perros y caballos,
derrumbado, apedreado
roto en miles de pedazos;
con astillas, con espinas, con esperma
con rastro de sangre y hematomas;
que rebalsa de cianuro,
de litio, de veneno para ratas,
y hacen el amor las cucarachas en cada hueco,
en cada vacío repleto de muriélagos;
podrido, nauseabundo
con hongos y termitas,
atestado de  virus y bacterias, hormigas;
amargo, catastrófico
pero por sobre todo,
tuyo.

El hombre común

El hombre común vive en una casa cerca del centro de la ciudad, limpia sus dientes cuatro veces al día y se peina antes de salir; come variado y saludable, no acepta golosinas hasta después del almuerzo y su desayuno consiste en café con leche, tostadas y mermelada; llega temprano al trabajo, y de chico realizaba las tareas a la siesta, "para tener toda la tarde para jugar" como decía su padre; en la oficina, siempre están organizadas las lapiceras y los papeles; su traje siempre está planchado por su esposa, a quien besa siempre antes y después de acostarse; no toma alcohol ni come grasas, y tampoco se excede con las salsas.
El hombre común sale a correr día de por medio, y los domingos lava el auto en el jardín; sale con paraguas cuando llueve y se cuida del sol en las vacaciones de verano; lleva y trae a los niños del colegio, y no habla por celular cuando maneja y lleva siempre el cinturón y no se olvida jamás de prender y apagar las luces.
El hombre común sale de vez en cuando de su casa, a cumpleaños de amigos o a algún restaurant con su esposa; ve el noticiero todos los días y fútbol los domingos, y a veces tenis cuando su esposa se lo pide; acompaña a los niños cuando entran a clase, saluda a los maestros y charla con otros padres cuando los busca. El hombre común es sociable, jamás se olvida de fechas (pues claro, lleva todo en su agenda); lleva siempre con él la billetera y su teléfono; nunca debe dinero a nadie y en el trabajo lo respetan; quiere a sus suegros y visita a sus padres frecuentemente; es buen vecino y esposo; le gusta cocinar cuando tiene tiempo y pasear al perros los feriados; es buen padre y buen hijo, y ¡excelente yerno, por cierto!; sonríe para las fotos y abraza a los niños en sus cumpleaños; y por las noches, el hombre común duerme profundamente y no ronca ni se mueve, y a veces, sueña que es feliz.

Co razón


A veces pienso por qué a uno le duele la vida y se agarra el pecho. Quiere que quiere mucho y siente como el corazón se le aprieta y le duele todo porque todo se corresponde tan sólo con ese órgano, que no es más que músculo y sangre; y yo me pregunto, ahí cuando crujen las palabras, ¿quién fue el condenado (y por no decir otra cosa) que se le ocurrió que ese órgano debía ser equivalente al querer? ¿Por qué no el estómago, el pie, el intestino grueso o delgado o el que no existe, si es mejor? Como si hubiese una relación entre ese aparato de circulación y una pareja que se ama y escribe sus nombres sobre él; como si un poema, a pesar de todos los efectos que tiene en quién los contempla, pudiese corresponderse con una bomba de sangre, tal vez porque limpia y oxigena, pero no el alma, tan sólo el cuerpo. Y yo me planteo ese por qué que larga blasfemias, porque ya es imposible imaginarse un corazón cuando se piensa en uno, como el dibujo biológico de que tanto se jactan los libros, y para qué, si cuando nos enamoramos la única imagen que se nos viene a la cabeza son dos pseudo círculos unidos, y de color rojo (eso queda más que claro), que en cualquier momento se va a quebrar al medio y ya en ese dibujo no quepa ni el tórax ni el abdomen , ahí no entran más que lágrimas. Y yo insisto en saber de donde surgió esta relación, porque tal vez, si ese condenado antes de enamorarse y agarrar su pecho, se le hubiese ocurrido poner sus manos en los pies o en los ojos, no estaríamos hablando de un “te amo” inscripto en una simbología abrazada por un peluche o las rosas no serían rojas y tal vez no serían nada, y tal vez se hubiese perdido todo ese “romanticismo” de catorce de febrero; pero, y en esto insisto rotundamente, si ese mequetrefe no hubiese puesto las manos en su pecho, y relacionado todo un ir y venir de sentimientos con un “me rompiste el corazón”, hoy capaz que estaríamos enamorados pero mirándonos los pies o con los ojos emparchados, con la vista hacia cualquier dolor pero no a dónde termina tu sonrisa, como para poder, por lo menos por un rato, olvidarme de que te quiero tanto. ¿A vos no te parece que así, todo esto sería mejor? 

Las pequeñas nostalgias



¿Qué son esas cosas que quedan si no nostalgias?
Repartidas a lo largo y ancho del cuarto;
escondidas en las macetas, ancladas en las cortinas;
que cuando vas a buscar un cucharita para el té
(un té que no tan sólo es té si no también tristeza)
se ríen, a tal punto, que se enjuagan en sus propias lágrimas
y vos agarras los cubiertos limpios y sonreís queriendo llorar,
y el té se enfría en la mesa
y las nostalgias bailan a su alrededor
y vos te sentís un poco acompañado
un poco más lleno aunque sea de tristeza.

28 de junio de 2012

Dosplus dos


Te miro para no mirarte y encontrarme; para no sentir el último cigarro y la pena de tener que salir a comprar más; de dar el último trago sin hielo; de sentir el frío bajo mis pies, de correr el colectivo, arrojarme al subte, parar el ascensor y bajar, en el piso trece, donde todo dicen que es diferente, que todo es mejor; y yo te veo sonreír. Cuanto te quise, Germán, cuanto te quiero.


Disculpame


Si me despierto y ya no estoy

te pido disculpas,
me olvidé de cerrar la ventana antes de acostarme.
Y si me ves y yo no te veo
puede que igual te escuche,
aunque parezca despierta, estoy dormida.
Y si caminas al lado mío y no te siento
no es que no quiera que te entregues,
es que en realidad, estoy dentro de tu bolsillo.