18 de junio de 2013

Preámbulo para irse a dormir cuando tenés un poco de fiebre

Antes que nada: un té, el tiempo restante va a ir pasando lentamente. Esperar que el sueño y el frío calen en lo más profundo de los huesos de la espalda, que de a poco los dedos obstaculicen las manos, que las manos se quejen, los brazos se estiren, rocen la cabeza que comienza a nublarse, y el frío ya no se aguanta (menos el tiritar constante a la altura de las rodillas y la quijada), y tampoco el estornudo, las garganta raspada, los moquitos tristes cayendo suavemente. Que la fiebre retumbe en cada manga y bolsillo, en la frazada que tenés para que no se te enfríen más las piernas.
A la cama, ya es hora. Previo al desparramo del cuerpo por debajo de las sábanas, la música: un tanguito (mi caso), también puede ser algún jazz o blues, o una guitarra que suene más triste que la voz de los negros y también es válido.
Los movimientos suaves. Rogar que la cama esté tendida, acercarse despacio, arrastrando los pies, de a poco irse quitando la ropa, despacio, con la sutileza necesaria para no tocarse con los dedos cada vez más helados, despacio el sentarse en la cama, el ponerse el pijama con delicadeza, casi sin dedos y la cabeza que parece empañada, los ojos turbios. Ahora sí: pijama, otra colchita, tal vez otro abrigo porque el frío parece que no negocia y pretende quedarse, y entonces pones play al equipito y a prepararse. Y así seguís pensando que la cama nunca estuvo tan helada, que las sábanas parece que te desprecian y te susurran espacios llenos de frío, y se escapan por allá cerca de los pies. Al paso, pensás que las rodillas no van a parar de moverse, y el frío no se olvida de vos, y hasta te hace bailar la mandíbula. Es cuestión de un tiempito, ante esto vos pensás que nada peor te puede haber pasado, y que cuándo acabará esto que para enunciarlo referís a categorías tales como: agonía, sufrimiento, estertor (si es que la sabías a esa) y en realidad, lo que pasa, es que el tiempito se hace tiempo dependiendo de vos, mejor si te tranquilizas y escuchas la música que ya va cerca del cuarto tema, y no va que se te acabe y vos todavía no hayas cedido al acomodo, a la terrible fiebre y la desesperanza, lo que se corresponde.
Entonces el viaje podría comenzar en cualquier momento. Una vez que vos te acomodas y cedes un poco el espacio a la fiebre a que se diluya por todo el cuerpo (práctica que es mental por dos motivos: uno, porque vos pensas que la fiebre ya está por todo el cuerpo pero en realidad sólo la tenés en un espacio que va desde tu nariz hasta unos cuatro o cinco centímetros por sobre el hueso frontal, y dos, porque las posiciones mitad bolita mitad humana impide la salida de calor del cuerpo que por algún motivo quiere salir, y el cuerpo hay que darle eso que pide, entonces…), vas aflojando, convirtiéndote en un par de extremidades por debajo de una sábana, como si estuviesen sueltas y sólo un calor naciente de un centro las uniera, como esos muñequitos de madera raros que me suenan a Pinocho, y se van uniendo los pedazos a través de la música, las canciones que están bajito en el fondo, el esfuerzo necesario de escucharlas (pero algo te dice que para esto ya le tenés que haber metido algo de esfuerzo, ceder con más flexibilidad, no vaya a ser cosa que estés acá cuando se transite el tema nueve y el cd tiene sólo once canciones, viste. Ventajas de las nuevas formas de reproducción musical: formato mp3 y carpetas. Otro tema). La música en fin que suena al fondo, la pieza que espera en oscuras al sueño agobiante y que se te duerman los ojos, pero vos aguantas un poco, y además, difícil dormir con música cuando hay tanto instrumento suelto y un voz que te enciende hasta los cartílagos de la oreja. Pero es así: aguantas. El sueño de a poco te duerme el cuerpo, los brazos que se te quedan inmóviles, los nudos de la espaldan se dejan de sentir, las piernas que ya no responden al frío, permitido asustarse, claro, girar un poco el cuerpo para que no sientas que el resto se muere lentamente, y seguir concretando el sueño, por atrás, un fondo cósmico, oscuro, las estrellas son cada nota, cada palabra que resuena en el absoluto. Vos te vas durmiendo, y comienza el viaje. Vale despertarse, y tratar de encontrarse en la letra (por eso mi favoritismo a los cantantes en mi idioma para este tipo de traspolación), escabullirse de cada instrumento que resuena en cada tejido, en cada pedacito de hueso, que va tornando de otro color lo que era fiebre y como te va goteando el cuerpo, la remera pegada, el frío en la espalda y olvidártelo porque hay un bandoneón o una guitarra impecable en el fondo, un piano que no para de sonar y tus uñas quieren imitarlas contra el sonido de alguna superficie, se te escapa uno que otro gesto, articulas algo que se mueve sólo, tu cuerpo es fiebre y música, y vos estás ahí bajo capas de frazadas y sábanas, y también no estás, pero sonás ahí abajo, y tu cuerpo retumba el sonido en cada parte.
Te dormís, capaz que no dure mucho el sueño apagado, y seguro también soñas algo que se mezclará con las canciones y tendrá un ritmo particular. Al otro día te darás cuenta, no habrá que desesperarse, y dirás si el viaje fue plácido o turbulento, o si se te perdió algo en el durante (además de alguna media, las infatigables escurridizas), ya la fiebre de seguro se habrá dispersado y el cuerpo habrá vuelto a su temperatura normal. Permitido quejarse de que no se durmió, de que no se ‘descansó bien’, sutilezas innecesarias a esta hora del partido cuando recordás que anoche tu cuerpo volaba en fiebre y eras un solo caldito de sopa humano. De vuelta la tranquilidad, la paciencia y a tomarse un juguito de naranja en el desayuno, y así con sucesividades.

  

P.D: En caso de que siga el cansancio, el frío calado en la espalda al despertarse, y no haya sido de total (ni el más mínimo en realidad) agrado el viaje, ya el caso no me pertenece y mis métodos no se corresponderían, lo cuál –si me permite- lo derivaría con algún tipo de veterinario o un especialista en ondas magnéticas o de formas de metacomunicación clásicas de las ballenas francas australes porque, bajo mí criterio, no existe cerebro humano que resiste a la combinación de sueño y extractos musicales. A esto sumada la situación de fiebre, es un desvarío de la raza humana no “comerse un viaje” en tales circunstancias. 

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