5 de junio de 2013

XII


Que tristeza saber
que tenes un dolor infinito
clavado en el medio de tu cuerpo.
Y que ese dolor es tan tuyo
como todas las historias que me contas, a veces,
cuando te das ese tiempito nostálgico
y los ojos se te nublan
y queres volver a donde siempre, allá a lo lejos.
Saberte acá siempre
pero con distancias implacables,
y son dolores de cabeza, picazón, ronchas
maremotos que terminan
donde ahora empieza tu dolor máximo.
Tu dolencia ya es el tiempo
las historias de tanto naufragio, el asma, la cruel lejanía,
la vivir para contarla pero desde alguna nubesita
donde apoyarás tu cabeza y vivirás
en algún lugar remoto de todos los que conociste.
Y vas a estar bien, siempre
iluminado, sin las persianas cerradas, calefacción;
vas a estar como vos quieras
sano, sin esa mezcla de dolores y fármacos.
Con amigos, los mejores
con hermanos, los de antaño
con un cuadernito para que escribas tus memorias
y nos los mandes en alguna tarde de llovizna
y te queramos mucho más con el colorcito de las montañas,
e imaginemos tu mar y tus sombras
tus tantas manías
tu dolor sin lamentos, la vida nueva abriéndose paso.







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