10 de febrero de 2013

Tránsito


No sé que busco.
Tal vez un almohada o un sillón,
algún profesional con su receta a hacer terapia,
o un balcón.
Un té con leche por la mañana,
un mediodía sin sol,
un amanecer de invierno,
una mano arriba de la mía, no sé.
Tampoco sé que pretendo.
Si la espera absoluta o el instante rebuscado,
y me lo pregunto mientras me someto a la más triste de las estaciones.
¿En dónde quedó mi mirar infantil, el manantial en que pasaba los días?
He olvidado las promesas, los sueños, los días con amigos.
¿Hasta dónde me ha de llevar el tiempo pasado,
tiempo que es perdido pero que aún llevo a cuestas?
Espero que comience un nuevo día.
Ya no anhelo otra cosa, más que un nuevo renacer;
la insurrección de los cadáveres felices que en mi pecho bailan.
Y poder reír hasta el hartazgo nuevamente,
sin cadenas en mi cuerpo, sin anestesia en mis ojos
sin la presencia constante de miles y miles de soledades.
No sé que busco ni qué pretendo
pero lo que quiero no tiene nombre aunque sí amaneceres.
Tal vez la solución no debe estar donde lo pienso,
allí donde creo, siempre se mantuvo dichosa y a la espera;
tal vez la solución misma sea dejar de buscar y pretender,
resoluciones que tan solo me pueden llevar nuevamente a la misma hoja:
a coleccionar tristezas y compilar nostalgias,
a la acumulación errática de caos en sus múltiples formas.
Ya no espero nada, ya no aguardo por un sol distinto.
Hoy quiero verme sin verte y quererme sin querer,
renacer de las cenizas en la que me recuesto todos los días.
Por lo menos hoy, y mañana ya no será mañana,
será lunes pero sin sombras;
el nudo que ata mis alas dejará de existir. 

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